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PERROS E HIJOS DE PERRA

Por: Arturo Pérez-Reverte

Respecto a los perros, nadie que no haya convivido con uno de ellos conocerá nunca, a fondo, hasta dónde llegan las palabras de generosidad, compañía y lealtad. Nadie que no haya sentido en el brazo un hocico húmedo intentando interponerse entre el libro que estás leyendo y tú, en demanda de una caricia, o haya contemplado esa noble cabeza ladeada, esos ojos grandes, oscuros, fieles, mirar en espera de un gesto o una simple palabra, podrá entender del todo lo que me crepitó en las venas cuando leí aquellas líneas; eso de que en esas peleas de perros, el animal, si su amo está con él, lo da todo.

Cualquiera que conozca a los perros sentirá la misma furia, y el mismo asco, y la mala sangra que yo sentí al imaginar a ese perro que sigue a su amo, al humano a quien considera un dios y por cuyo cariño es capaz de cualquier cosa, de sacrificarse y de morir sólo a cambio de una palabra de afecto o de una caricia, hasta un recinto cercado con tablas y lleno de gentuza vociferante, de miserables que cambian apuestas entre copa y copa mientras sale al foso otro perro acompañado de otro amo. Y allí, en el foso, a su lado, con un puro en la boca, oye al dueño decirle: " Vamos, Jerry, no me dejes mal, ataca, Jerry, ataca, duro, chaval, no me falles, Jerry". Y Jerry, o como diablos se llame, que ha sido entrenado para eso desde que era cachorrillo, se lanza a la pelea con el valor de los leales, y se hace matar porque su amo lo está mirando. O queda maltrecho, destrozado, inválido, y obtiene como premio ser arrastrado afuera y que lo rematen de un tiro en la cabeza, o que lo echen, todavía vivo, a un pozo con un trozo de hierro atado al cuello. O termina enloquecido, peligroso, amarrado a una cadena como guardián de una mina o un oscuro almacén o garaje.

Así que hoy quería decirles a ustedes que malditos sean quienes hacen posible que todo esto ocurra, y que mal rayo parta a los alcaldes, los policías municipales y los guardias civiles y a todos los demás que lo saben y lo consienten. Y es que hay chusma infame, gentuza sin conciencia, salvajes miserables a quienes sería insultar a los perros llamar hijos de perra.

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