Monográficos animalistas - Monografía

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Las fiestas de la tortura

Por: Ángeles Caso

Para que nadie se llame a engaño, vaya por delante que me gustan las fiestas populares. Me parece estupendo que la gente tenga la oportunidad de reunirse para celebrar cosas, aunque a menudo las razones de aquello que se celebra se hayan perdido en el largo paso de los siglos, en la lenta transformación de las sociedades, convirtiendo lo que fueron ritos paganos, de raíces climáticas y agrícolas, en homenaje a un santo o una Virgen y aún después en simples días de fiesta porque sí, sin más motivos. No importa. Es bueno de vez en cuando romper el ritmo controlado de la cotidianidad, desmadrarse, tirar la casa por la ventana, lanzar petardos y cohetes, echarse un pasodoble o un rap sobre el asfalto de una plaza o entre los hoyos de una vieja era, debajo de las bombillas de colores y los farolillos. Incluso sin farolillos.

Ahora bien, cuando en el asunto de lo festivo y lo popular empiezan a entrar las mil y una maneras de maltrato a los animales que ponemos en práctica en buena parte de este país, la cosa ya adquiere para mí otro cariz muy distinto, el de lo incomprensible, lo repulsivo y avergonzante. ¿Que extraño mecanismo mental, que raras secreciones químicas y conexiones interneuronales justifican el placer obtenido a costa del dolor de un ser vivo, aunque no pertenezca a nuestra propia especie?

Cabras, burros, gallos, carneros, patos, cerdos y, como no, las insustituibles vaquillas, novillos o toros harán este verano, como de costumbre, las delicias de montones de personas que disfrutarán viendo a todos esos pobres seres sufrir, reventar, abnegarse, quemarse, caerse, partirse los miembros, pasar miedo, luchar desesperadamente por sobrevivir y, a menudo, agonizar y morir entre torturas que provocarán aplausos y vítores y risotadas y alabanzas sin fin a los héroes de la carnicería, en esos masivos subidones de testosterona que, la verdad, asustan por lo que tienen de salvaje, de perverso y de inhumano.

Se calcula que unos 70.000 animales serán utilizados a lo largo de este año -la mayor parte de ellos durante el verano- en esas fiestas (?) populares que giran en torno a la tortura y el escarnio. Eso sin contar las corridas, esa monstruosidad tan nuestra, tan racial, tan ancestral, tan cultural y tan espantosa, que costarán la vida entre innecesarios sufrimientos y alegres olés a otras cuantas decenas de miles de toros, en nombre de no sé qué obscenos ritos de vida y muerte que provienen de tiempos en los que también a la gente se la torturaba y se la mataba en medio de ovaciones y plegarias de gracias al Señor. Como si la antigüedad de un acto malsano y cruel justificara por si sola su existencia.

Dan ganas de llamar a todo eso brutalidad, bestialidad, animalada. Pero resulta que los que padecen y mueren son precisamente brutos, bestias, animales. Y los que provocan elpadecimiento y matan son personas, seres racionales, dotados de esa maravilla llamada inteligencia, espíritu, sensibilidad. Claro que en el mundo todo va al revés demasiadas veces.

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