Regreso de un largo viaje y me encuentro con los ecos de la polvareda levantada por el Proyecto Gran Simio. Es evidente que las personas malvadas son dañinas, y de todos es sabido que los necios pueden ser tan perjudiciales como los malos. Pero cuando, como en este caso, se unen la necedad y la miseria moral, el resultado es el griterío mostrenco que se ha organizado.
En primer lugar, lo del Proyecto Gran Simio no es nada que se hayan inventado Zapatero y los suyos. Es una organización internacional ya veterana, apoyada por grandes científicos como Jane Goodall. El trabajo de Proyecto Gran Simio forma parte de un movimiento mundial: es evidente que el desarrollo de la civilidad implica un progresivo reconocimiento de los derechos de los animales. Por añadidura, los primates son un caso especial; compartimos con ellos el 99% de los genes y los científicos han demostrado que son capaces de conversar por medio del lenguaje de signos, que hacen operaciones matemáticas sencillas, que tienen conciencia del yo e inteligencia. Alemania ha sido el primer país que ha incluido los derechos de los animales en su Constitución, y sin duda el camino de la historia y de la modernidad pasa por ahí. Lo único que ha hecho el PSOE en este tema, y ya es mucho, es tener la sensibilidad de asumir todo esto.
Por otra parte, la proposición no de ley que será debatida a finales de mayo no habla en ningún caso de derechos humanos. Lo único que pide es que el Gobierno se adhiera al Proyecto Gran Simio para proteger a estos animales del maltrato, la esclavitud, la tortura, la muerte y la extinción. Que una horda de manipuladores profesionales se haya puesto a hacer gracietas hablando de derechos humanos indica maldad, porque mienten; la petulancia con la que desdeñan el sufrimiento de los otros animales denota su sandez y su incultura. ¿Quieren censurar a Zapatero porque consideran, por ejemplo, que está descuidando a las víctimas del terrorismo? Pues critíquenlo por ello (a mí tampoco me gusta cómo está manejando el Gobierno ese asunto). Pero, ¿qué tiene eso que ver con la lícita ambición de proteger a los simios del maltrato? El sectarismo político es un veneno que acabará matándonos.