Desde que recibió un disparo en la médula espinal, "Balto" no puede caminar. "Ingredi" puede hacerlo, pero torpemente. Le falta movilidad porque toda su vida ha estado encerrada en una casa llena de basura. "Ramona" lo hace cabizbaja y aún muestra secuelas de sus heridas. La encontraron en la cuneta con el cuello destrozado. "Bobby" es el más ágil e inquieto del grupo. Intenta recuperar la libertad perdida durante los siete años que estuvo encerrado en una jaula. "Balto", "Ingrid", Bobby" y "Ramona" viven acogidos en la asociación madrileña El Refugio. Sus maltratadores están libres. Sin cargos.
Son sólo algunos de los casos de malos tratos que sufren los animales y que llegan casi a diario a las protectoras de todo el país. Uno de los más sonados fue el de la brutal paliza que acabó con la vida de "Rony" en Aguiño (A Coruña), de la que se han hecho eco todas las televisiones. El caso de "Rony" se denunció por vía administrativa, y el asesino del perro sólo ha pagado 6.000 euros de multa. El juez no aplicó la sanción máxima que recoge la ley gallega: de 3.000 a 15.000 euros por una infracción muy grave, como reconoce que es "el maltrato de los animales que les cause la muerte". E hizo caso omiso del Código Penal que castiga, en su artículo 337, con prisión de tres meses a un año "a los que maltraten con ensañamiento e injustificadamente a animales domésticos causándoles la muerte o provocándoles lesiones que produzcan un grave menoscabo físico".
Los maltratadores de animales lo tienen fácil gracias al caos legislativo autonómico. Diecisiete comunidades poseen leyes para castigar el maltrato animal, pero la mayoría ya están obsoletas, pues son de hace 15 años. Las multas suelen oscilar entre 30 y 600 euros, si llegan a impornerse. Como además falta valentía y sensibilidad en los jueces para dictar las sanciones más elevadas, los torturadores quedan en la impunidad más absoluta. Nadie va a la cárcel por matar a golpes a un animal.
"Ah -dirán algunos de los lectores-... Pero un perro no es un niño..." ¿Y qué? Es un ser vivo, con sentimientos y con la inteligencia de un niño de dos años. Al menos, el mío. Además, la violencia es siempre violencia, y aquel que se ensaña con el más débil es un ser despreciable siempre. Doy por hecho que una persona que es capaz de matar un perro a golpes pegará a su mujer y a sus hijos e insultará a sus vecinas en cualquier reyerta de escalera. (Siempre que sus maridos no sean más fuertes que él, claro, porque ese tipo de cobarde no ataca a quien puede defenderse.). Aquel que no demuestra empatía por la vida en ninguna de sus manifestaciones sin duda no la valora ni la defiende. Pero además, estará enseñando a sus hijos a usar la violencia para resolver conflictos o como diversión. La violencia se transmite como la enfermedad que es. Y luego nos escandalizamos tanto cuando leemos de los niños que pegan a otros en el colegio o que atacan a sus padres, cuando, hipócritamente, toleramos la violencia hacia el más débil con la mayor de las tranquilidades. Si queremos avanzar hacia una sociedad más pacífica, tenemos que ser un poco menos hiopócritas. Y un poco más animalistas.