HOMENAJE A UNA VIDA DE DEFENSA DE LOS ANIMALES Era el mes de Abril de 1866. Por una calle de Broadway circulaba, balanceándose, una enclenque carreta, transportando, apilados unos sobre otros, terneras y carneros vivos. Tal era el apretujamiento que algunos animales se lesionaban o rompían las costillas y patas. Por los laterales de la carreta y golpeándose contra la barandilla sobresalían y colgaban sus cabezas con ojos tristes y los hocicos babeando a causa del dolor. Un caballero alto y elegante, que observaba la escena, se abrió paso entre el tráfico y la gente hasta llegar a la carreta del carnicero. Golpeando fuertemente con su bastón el asiento del carretero le ordenó: Estoy aquí para informarle que ya hay una ley para evitar esta clase de crueldad. Le arresto en nombre de la Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Animales!. El carretero no salía de su asombro. Boquiabierto, se lo quedó mirando dispuesto a seguir su camino mientras profería blasfemias. El caballero, después de mostrar la insignia que lucía bajo su solapa de terciopelo, alargó sus fuertes brazos, depositó sobre el banquillo al carnicero y su acompañante, y cogiendo las cabezas de ambos las golpeo una contra otra vigorosamente: ¿Les ha gustado este ejercicio? -les dijo- ¿Quizá ahora comprendan lo que sienten las cabezas de esos pobres animales?¿Les gustó? El 25 de Abril de 1866 el carnicero de Broocklyn fue condenado por los tribunales a pagar una multa. Era la primera condena impuesta en los Estados Unidos, por crueldad y trato inhumano a unos animales. Hizo historia. El 19 de Abril, -seis días antes- esta Sociedad había logrado del poder legislativo de Albany un Decreto que decía: ¿Cualquier persona que por sus actos o negligencia mate, hiera, lastime, mutile, torture o apalize cualquier caballo, mula, vaca, ganado, cordero u otro animal, sea de su propiedad o de terceros, será sometido a proceso y declarado culpable de delito?. Delito era una palabra suave para calificar el trato cruel e inhumano que existía en aquella época. Berg con amargura declaró: Mandarán a prisión durante seis meses a un pobre diablo que haya robado un jamón o un par de zapatos en pleno invierno, pero dejarán libre a un bruto, que en un acceso de rabia, sin ninguna razón, deje casi muerto a su fiel caballo que le ha servido durante años,..? Pero... ¿Quién fue aquel caballero, lleno de dignidad, de ojos azul-verde semicerrados, bigote de morsa, de lacio cabello pegado a su ancha frente, que se convirtió en el paladín de una cruzada en favor de los animales y en el fundador y líder absoluto de una organización recién constituida conocida por el nombre de ?Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los animales?.? Henry Berg nació un 29 de agosto del año 1813 en una familia propietaria de un próspero astillero en Corlears Point, sobre el río East. Educado en la Universidad de Columbia, estuvo excelentemente dotado por nacimiento, fornido, fortuna, educación y sensibilidad para iniciar y llevar a cabo, hasta el fin de sus días, una ingrata y dura lucha en favor de los animales. Viajó, extensamente por Europa con su esposa, hija de un inglés acaudalado. Fue designado por el presidente Lincoln como Secreta río de la Legación y Cónsul en Funciones, en San Petersburgo, Rusia, en 1862. Según su propio testimonio escrito, su firme determinación provino de aquella época: ?Afortunada o desafortunadamente, nací con una aversión a la crueldad: animales, que crecía a la par que yo mismo. Cuando estuve en Rusia, en el Servicio Diplomático. vi tanta y tan repugnante cruel dad hacia los seres irracionales, que regresé a los Estados Unidos decidido a hacer algo para convencer al hombre que debía demostrar hacia los animales siquiera tres cuartas partes de la piedad y justicia que pide para el mismo?. En el año 1864 regresó a su país, no sin antes pasar por Inglaterra para recoger información y estudiar los métodos empleados por la sociedad inglesa en la protección animal, que ya gozaba de cuarenta años de antigüedad. El 8 de febrero del mismo a dio su primera conferencia en el Clinton Hall. Ante una brillante audiencia, vestida a la última moda, se mantuvo emocionado, durante hora y media, ante la tribuna, abogando por la causa de los animales maltratados, en defensa de los cuales, hasta entonces, no se había levantado ni una sola voz. Evocó la historia desde la época romana así corno la diversión de aquellas damas ante la agonía de los cristianos; recordó que, a través de la historia, la brutalidad con los animales había ido también acompañada de la brutalidad del hombre hacia sus semejantes. Las corridas de toros en España, dijo, habían embrutecido y brutalizado al país, en tal grado, que éste había perdido poder, prestigio y dominios. Al final de su discurso, la audiencia se puso unánimemente en pie y aceptó su ruego de fundar una Sociedad para proteger a los animales de sufrimientos innecesarios. El Alcalde John T. Hoffman, Henry W. Beliows, Peter Cooper, James J. Roosevelt y alrededor de 40 nombres ilustres, firmaron el escrito de fundadores de esta nueva Asociación. Berg emocionado comentó: ?La mano teñida de sangre por la crueldad ya no atormentará impunemente a los anima les?. Una vez organizada la Sociedad, Bergh viajó a Albany, en donde consiguió que fuera reconocida en todo el Estado, así como también una ley que lo autorizaba a comenzar su campaña. Alquiló dos buhardillas en Broadway y Nueva York y se dispuso a iniciar la lucha. A partir de aquel momento y, durante dos largos años no paró de batallar. En el New York Tribune (1 de Marzo de 1878) Bergh escribía recordando el principio de su lucha activa: Aquella misma noche me puse a trabajar. Encontré un carretero apaleando un caballo flaco en la calle veintitrés . Amigo: -le dije acercándome- eso ya no lo puedes hacer?. ? ¿No le puedo pegar a mi propio caballo? ¡Vaya que no! - y comenzó de nuevo a pegarle- Nuevamente le ordené que dejara de pegarle añadiendo: Probable mente usted no sabe que está infringiendo la ley, tengo los nuevos estatutos en mi bolsa, y ese caballo sólo le pertenece si lo trata bien. Puedo mandar arrestarle?. El individuo boquiabierto exclamó: ?al diablo...usted está loco!?. Se marchó echando miradas de odio tras de sí. ¡Pero el caballo se salvó!. Por aquella época, en el Sur de los Estados Unidos, estaba de moda montar dos caballos y dirigirlos uno contra otro, estrellándolos, hasta que se rompían las cabezas. Otra de las modas consistía en la cremación de venados, obligándoles a correr entre dos fuegos encendidos en el bosque. Matarlos a palos por ?deporte? era muy frecuente. También se utilizaban unos frenos muy crueles en los carruajes de los elegantes, y las riendas eran tan tirantes para cumplir con los cánones de la ?elegancia? que los caballos sufrían una constante agonía. Los animales eran explotados y torturados por un décimo en las ferias. Abundaban las peleas de perros, así como las de gallos organizadas tanto por la gente rica como por pobres. Los animales eran apaleados en las calles hasta morir sin que nadie protestara. Fue tal la carga que Berg se echó sobre sus hombros para reformar esas crueles conductas que, muy pronto, comprendió que para acceder y despertar al público necesitaba publicidad. Pensó en una dramática acción: fue a los mercados de pescado de Fulton y rescató 39 tortugas que habían llegado de Florida y morían agonizando dando vueltas sobre sus caparazones con sus aletas perforadas y sangrando, lo que representaba un gran tormento, ?Arresté al capitán y a los oficiales del barco y los llevé ante Tribunal, seguidos por una turba de gente atónita y divertida que pensaban que era lo más ridículo que habían visto en su vida. Se llenó la sala. Alegué el cargo de crueldad hacia los animales y el abogado defensor opuso la extraordinaria excepción de que las tortugas ¡No eran animales! Entonces, le pregunté si es que pertenecían al reino vegetal o mineral, suscitando burlas en su contra. No gané el juicio, pero logré mi objetivo: Me hice popular, y la gente comenzó a ridiculizarme y a insultarme...? La prensa lo trató con sarcasmo: ?Un error de Bergh?. En sus visitas a los mercados de pescado, la gente recibía sus sermones y corteses reprimendas en absoluto silencio, pero, al retirarse -cuando les daba la espalda- le arrojaban cabezas de pescado, procurando que no le tocaran porque Bergh era un hombre sin miedo e imponía respeto sino por sus ideas sí por su presencia física. El periódico Tribune declaró ?firme como el granito?. Nunca consiguió reformar a los vendedores de pescado que continuaron, volteando las tortugas sobre sus caparazones. La prensa poco amistosa se burlaba de Bergh:?Ha sido una derrota ignominiosa?. Bergh respondía: ?No es mi derrota. La derrota es m bien para la causa de la humanidad?. La burla y el sarcasmo con que lo caricaturizaron hicieron desertar, discretamente, a muchos de los que le habían respaldado. Bergh mantenía la economía de la Sociedad con su propio patrimonio, alrededor de siete mil dólares al año, con algunas esporádicas ayudas de sus ricos amigos. Comprendió que no podía seguir agotando sus bienes indefinidamente. En su duro y cotidiano trabajo caminando por las calles desde la mañana hasta media noche, siete días a la semana, contaba con la única colaboración de una persona de color: un adolescente -empleado de un hotel- y un reo recién libera do de Sing-Sing. Era consciente que, para realizar un trabajo con mayor éxito, necesitaba de unos empleados uniformados y personal entrenado y pagado. Tenía la publicidad que había deseado. Pero se hundía bajo una dura carga y el ridículo. En un momento de gran desaliento comentó: ?Confieso que no estoy muy seguro de si es más deseable para el hombre y los animales la vida, o la rápida desaparición de este mundo tan violento y desagradable?. ¡Deténgase y descargue! Los tranvías contra los que luchaba Bergh, llevaban en ocasiones hasta 85 personas apretadas como sardinas. Toda esa carga era arrastrada por la decadente fuerza de dos jacas que, a veces, caían sobre sus pasos y morían en la calle debido al enorme esfuerzo. Sin embargo el destino acudió en su ayuda. Una noche, un mensajero acudió a buscarle rogándole que le acompañara a la cama de un moribundo que reclamaba su presencia en el Hospital de San Vicente.- Era un francés comerciante de pieles: Louis Bonard que, habiendo reflexionado sobre el sufrimiento que había causado a los animales que le habían dado su fortuna, deseaba recompensar. ?Le dejo a su Sociedad una pequeña cantidad; su causa tiene un lugar en mi corazón... espero que podrá hacer buen uso de ella?. La pequeña cantidad resultó ser ciento cincuenta mil dólares, que quedaron reducidos a ciento quince mil después del escamoteo de los familiares del fallecido. Con esa cantidad la Sociedad pudo comprar sus oficinas centrales. En el año 1869, Bergh ideó la primera ambulancia para caballos y se dispuso a atacar, enérgicamente, el ¿tiro al pichón?, diversión de ?play boys? y seguidores. Con ello, perdió muchos de sus antiguos amigos, Conmodore Vanderbilt, los Roosevelt y otros. ?Tomar una obra inmortal de Dios, y hacerla pedazos para dar gusto a una muchedumbre es un doble crimen, por la desastrosa reacción que representa para el carácter humano?. Pero sólo Bergh veía y entendía esa crueldad. ?Tonterías? replicaba la prensa. ?Un hombre de muy buenas intenciones pero muy impráctico?. ?Sentimentalidad enfermiza...? Para proseguir, sólo contaba con la protesta y denuncia del público. Hasta que sus constantes peticiones, denuncias y cartas a la prensa llegaron a surtir efecto. Nada menos que a la ?Sociedad del Estado de Nueva York para la Protección de la Fauna y los Peces? se le ocurrió organizar una partida de tiro al pichón durante ocho días con 87 premios para los mejores. Se soltaron 16.000 blancos vivos en las grandes praderas, llenas de tiradores. Los pájaros heridos aleteaban sobre los campos, sangrando, colgando de las líneas del telégrafo, cayendo a los pies de la gente; los campos quedaron cubiertos de plumas como si se tratara de nieve. Las damas golpeaban los pájaros con sus sombrillas, los niños las perseguían, se remataban a patadas... ¡la escena era una carnicería! Al día siguiente, toda la ciudad se reveló. El periódico Brooklyn Union lo calificó de ?un carnaval de crueldad sin ningún objeto?, ?Brutal exhibición?, ?La matanza es el deporte de los caballeros?... al final, el veredicto será que el Sr. Bergh tiene razón y no los tiradores al pichón?. (Tribune). La victoria moral de Bergh fue tan importante, que dió origen, en menos de un año, al uso de blancos de yeso en vez de vivos, aunque no pudo abolir la ley que consiguieron los aficionados al tiro al pichón, que continuaría en vigor hasta el año 1901. Otra de las importantes y singulares batallas de Bergh fue la que inició una helada noche del mes de febrero de 1871 cuando se situó delante de un tranvía sobrecargado de gente, tirado por dos jacas cansadas y jadeantes. ? ¡Descargue! -gritó- ¿Quién diablos es usted?? gritó el cochero. Como el cochero no estaba dispuesto a seguir sus órdenes, lo levanto en vilo y lo arrojó suavemente sobre un banco de nieve, desenjaezó los caballos y los amarró a un poste de luz. La gente, no tuvo más remedio que ir a pie a sus casas. Toda la noche la pasó caminando por las Avenidas Tercera y Cuarta, deteniendo tranvías, quitando equipos a los dos cansados caballos y amarrándolos a los postes. Así estuvo hasta que los tranvías empezaron a utilizar cuatro caballos. Al día siguiente los periódicos de la ciudad se hicieron eco de su hazaña: ¿Un triunfo para Bergh? (Tribune), ?El genio de la Tormenta? (Correo de la tarde), ?Bergh en una trifulca: 5000 personas se quedaron sin cenar para complacerlo? (Star). Los tranvías contra los que Bergh luchaba, llevaban en ocasiones hasta 85 personas, apretadas como sardinas. Toda esa carga era arrastrada por la decadente fuerza de dos jacas que, a veces, caían sobre sus pasos y morían en la calle debido al enorme esfuerzo. Prosiguió su tenaz batalla en defensa de lo animales de tiro, hasta que las compañías de tranvías, molestas, consiguieron órdenes para detenerlo. Se sometió su caso a los tribunales, y lo ganó. Cochero y conductor fueron multados, y la Corte de Apelaciones mantuvo la condena. Así fueron disminuyendo la reiteración de estas violaciones hasta que, en 1880, los tranvías de caballos cayeron en desuso. En 1870 acudió en ayuda de nuestro personaje el joven Elbridge T. Gerri. Un abogado próspero que se convirtió en un amigo fiel, trabajador infatigable, desinteresa do y de firme apoyo. Hasta ese momento, Bergh, que no era abogado, había estado defendiendo, él sólo, su causa en los tribunales, como lo atestiguan 66 condenas de 119 juicios en los primeros tiempos de su cruzada. Su Sociedad recibió más de siete mil dólares provenientes de multas. Muchas veces se desecharon las demandas o se les negaron valor probatorio. El joven abogado Gerry fue un regalo del cielo para Bergh. Bergh batalló contra las peleas de gallos, de osos, y también el uso de en los molinos de ruedas. Consiguió que se impusiera una fuerte multa al dueño de un San Bernardo que, amarrado a un molino de sidra, sangraba por el pescuezo y no podía parar para no ahorcarse. Logró enviar a prisión al promotor más conocido de peleas de perros llamado Kit Burns. Atacó a los poderosos ferrocarriles por sus métodos de transportar el ganado, solicitando espacio para que los animales que hacían largos viajes pudieran descansar, reclamando también alimento y agua para ellos mientras estuvieran en tránsito. El poder de las compañías de ferrocarriles era manifiesto. Siempre que Bergh presentaba un proyecto de ley al Congreso, se lo anulaban. No obstante, no cejó en su empeño y, al fin, pudo conseguir una ley en la que, al menos, se limitaba a 28 horas el tiempo que podía mantenerse al ganado en los furgones sin comida ni agua, reduciéndose posteriormente a 24 horas por la continuada presión de su abogado y colaborador Gerry. Otro de sus rasgos era comprar caballos exhaustos y llevarlos a sus pastizales, en su casa de campo, para que descansaran. Ese pastizal lleno de viejas jacas, escandalizaba a los visitantes que esperaban encontrar allí los más finos caballos... También atacó el desplume de pollos vivos. Bergh se convirtió en una pesadilla para aquellos que torturaban animales. En cierta ocasión consiguió encarcelar durante tres meses a un sádico que había estrellado un gato contra el pavimento hasta que murió. Otra vez, al pasar por una obra observó que habían emparedado a un gato y obligó a los albañiles a quitar las losetas de mármol para liberarlo. Según comentario de la propia prensa parecía increíble que un sólo caballero hubiera podido efectuar semejante revolución en tan corto plazo de tiempo? ¿Los animales no sufren? -gritó un hombre al que Bergh impidió que apaleara a su caballo. ?Entonces ¿para qué le pega?? -. le replicó Bergh-. En otra ocasión comentó: ¿Siempre que vea a un hombre pegándole a un animal, verá que la razón está de parte del animal, no del hombre?. Gracias a él quedaron proscritas las corridas de toros en Estados Unidos. Estaba convencido de los efectos negativos de la brutalidad hacia los animales ejercía hacia la naturaleza humana. ?Ni el Estado tiene derecho a ser cruel -decía-. Es preferible que sufran sus intereses materiales antes de que prevalezca la tortura hacia los seres irracionales?. Constató 12.000 casos de crueldad llevados a los Tribunales, y fue testigo de la fundación de 44 Sociedades para prevenir la crueldad, en las dos mitades del hemisferio americano, 33 de ellas en los Estados Unidos. Sólo en la ciudad de Nueva York había 15 afiliadas con 230 agentes en ese Estado. Su sensibilidad le hizo ser muy receptivo a la indefensión que tenían los niños en aquella época. En 1874 no había leyes que contemplaran el rescate de un niño de las manos de padres o tutores crueles. Henry Bergh llevó a una criatura apaleada y débil a un Tribunal envuelto en una manta, apoyándose en un auto de arresto por cruel dad a ?un perro?, mostró el cuerpecito amoratado del niño, consiguiendo que el niño fuera entregado a un centro para su adopción. Los padres fueron encarcelados y Bergh dijo: ?Esto no puede volver a suceder jamás?. Así se formó y fundó la SPCC (Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Niños), de la que se hizo cargo Gerry, abriendo un nuevo camino de esperanza a los más de 10.000 niños que deambulaban por las calles de Nueva York durmiendo en cajas de embalar. Pero esta fue la historia de Elbridge T. Gerry. Después de veintitrés años de constante lucha, el amigo de los sin amigos, moría el 11 de Marzo de 1888, víctima de una bronquitis causada por haberse expuesto por las calles al terrible frío de marzo. (Fuente original compilada: La Voz de los Animales. México, 1983)